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Izamal - Encuentro con las historias; 2º Pte.


Una tarde… cuando en mis frecuentes paseos por los lugares históricos de nuestra ciudad… daba mi vuelta al cerro Kinich-Kakmó, por sus faldas, después de una de esas lloviznas intempestivas, que nos vienen del cielo en el verano, observando los pocos vestigios arquitectónicos, que este monumento nos ofrece, al inclinarme para estudiar un detalle que llamó mi atención, escuché una vocecita que en forma dulce me decía: ¿Eres tú Balam? Atónito, miré a mi alrededor. ¿Era ilusión de mis sentidos?


Pero la pregunta se repitió y ante mi asombro, salía de la flor de la yerba silvestre llamada siempreviva.


Sea por casualidad o por superstición contesté: ¿Quién eres que me llamas por un nombre que no es el mío? Me respondió entonces, tú no eres mi Balam, ni me conoces, pero si me escuchas te contaré mi historia y quien soy.


Accedí de inmediato. La vocecita comenzó así:


Yo era una sacerdotisa del templo de Itzamatul, hija de un principal de mi Itzamal querido. Había hecho el voto de castidad que mi condición me exigía. Esto quería decir que todo mi amor solo podía ser para mi dios y no para un mortal.


Para mi mala suerte, en uno de los frecuentes juegos deportivos (llamados de pelota entre nosotros) conocí a un guerrero de los más valientes de mi tierra, que además se distinguía en los eventos. Se llamaba Balam. Nos enamoramos y valiéndonos de todas las artimañas empezamos a encontrarnos en las cercanías de mi templo, El itzamatul, siempre protegidos por la sombra de la noche.


Pero de un modo u otro, esto llegó a oídos del Gran Sacerdote del Templo…En una de esas entrevistas fuimos sorprendidos en nuestro coloquio de amor.


Como pena nos impusieron, a mí, a ser sacrificada a los pies del Dios Rojo, Kinich, y a él, presenciar el sacrificio al pie de la escalinata del mismo.


Ese trágico día llegó, recuerdo vagamente que me pintaron y vistieron de azul, color mágico para los que mueren al pie del Dios. Como un sueño tengo que atravesé entre la multitud congregada en la amplia explanada que lleva al segundo cuerpo del templo del Dios Kinich. Pero si me acuerdo que al pie de la escalinata se encontraba mi Balam para cumplir con su sentencia de presenciar el sacrificio. Todo lo recuerdo como si fuera un sueño, hasta que colocada en la piedra de los sacrificios, sentí el tremendo dolor de que mi pecho fuera desgarrado, arrancado mi corazón y…mi cuerpo quedó muerto, pero ¿mi corazón? O ¿mi alma?, siempre vivían.


Entonces mi corazón en un movimiento espasmódico se arrebató de las manos del sumo sacerdote y rodando por las escalinatas del templo, no paró hasta colocarse a los pies de mi amado Balam. Recuerdo que por mi corazón le dije: Tómame, soy tuya. El huyó conmigo en sus manos a esconderse, sin que nadie osara impedirlo y a la claridad de una noche de luna llena, me trajo a enterrar a los pies de este templo. Ofreció volver a mí, lo he esperado en vano, muchas lunas en mi inútil espera y mi Balam no llega.


Lleno de intensa emoción, le expliqué que de lo que me había relatado habían pasado no muchas lunas, sino años, siglos y que su espera la consideraba inútil ya.


¿Me escuchó? ¿Me entendió? No sé. No volví a escuchar la vocecita nunca más. Pero preso de intensa emoción, acerqué mis labios para depositar un beso en la flor de la yerbita, que de allí había salido la voz y cual no fue mi sorpresa…la florecita se abrió de pétalos y en su interior a la luz del crepúsculo vi brillar una gota. ¿Sería la lluvia anterior? O ¿sería la última lágrima que siempre viva derramaba por su Balam ¿Quién lo sabe?


Entonces comprendí el porqué del nombre de siempreviva que la yerbita conserva hasta hoy y el porqué se ha extendido por todos los caminos del Mayab, en búsqueda inútil de su amado Balam, que nunca más volverá.



https://izamalpueblomagico.wordpress.com

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